miércoles, 11 de mayo de 2022

Pensamientos sobre Dios

El ser humano siempre ha necesitado, desde siglos atrás, pensar que algo o alguien, con una jerarquía superior a la suya, movía los hilos de un mundo creado por sus manos con ayuda de seres de menor rango, pero con más poder que el ser humano. Esos hilos que indicaban el desarrollo del mundo en el que vive, algunos los han interpretado como destino, otros como misión de vida y unos pocos como el sentido de la vida. La realidad, al final, es que el humano siempre ha guardado una intuición, una fe (que no una creencia) en que alguien o algo protegía su vida de injusticias, pero le recordaba cuál era su aprendizaje a base de vivencias con un mensaje potente. Todo lo que ocurría era por una razón que, en muchos casos, el humano no llegaba jamás a comprender por falta de recursos a los que recurrir en busca de esa respuesta. Sin embargo, él o ella tenían el conocimiento innato de que algo se escondía detrás de su miseria o su gloria. Si su existencia tenía sentido, ¿cómo no iban a tenerlo los sucesos que comprendían su vida?

Dios, el Padre, el Creador del mundo y sistema en el que vivimos, nos utiliza como herramientas para llevar su propósito a la Tierra. Nosotros somos parte de su existencia, sus chispas divinas, así que llegamos a este mundo para comprender esto. Siendo parte de dicho Ser, nosotros somos pequeños dioses con una misión concreta que llevaremos a cabo, consciente o inconscientemente, porque así se nos ha asignado antes de encarnar. No es una imposición, sino una promesa del alma con su Superior. Alguien o algo nos necesita aquí y nosotros accedemos a restaurar ese vínculo o limpiar ese karma que nos ata a una nueva experiencia dentro de un cuerpo físico que, de alguna manera, se transforma en una jaula para el alma.

Entonces, cuando el humano consigue esos recursos necesarios para comprender una parte de su naturaleza y quién es dentro está gran comunidad de personas, se revela ante sus ojos la verdadera forma de ese Dios del que todo el mundo habla, pero pocos parecen conocer. No es un hombre, pero tampoco una mujer. No tiene forma humana, aunque no puede asemejarse a un animal, un pez, una planta o un mineral. Dios está por encima de todos estos porque ha sido su Creador. Su vibración, su existencia, su esencia… es mucho más elevada. Entonces, ante dicha información, ¿qué imagen de Dios debemos tener?

De alguna manera, Dios se presentará ante nosotros a través de una figura familiar para nosotros. Algo con lo que podamos relacionarlo con esa sensación que Dios despierta en nosotros. ¿Relacionamos a Dios con la paz y la paz con la paloma? Dios aparecerá ante nosotros como una paloma blanca. Dios se acerca a nosotros desde el amor puro, la misericordia, así que no hará uso de imágenes o formas que puedan crear desasosiego u otra emoción negativa en nuestro interior.

Sin embargo, debemos comprender que Dios no es sólo masculino, sino que también existe energía femenina en su interior. Por lo tanto, y desde mi humilde punto de vista, referirse a Dios como Él puede inducir a errores y exclusiones del aspecto femenino, de gran importancia en la Creación y, por ello, el desencadenamiento de muchos sucesos explicados en los diferentes libros de temática religiosa más importantes para la humanidad.

Dios es hombre y mujer, masculino y femenino, sacrificio y amor, rigor y acción, derecha e izquierda, Padre y Madre, Yin y Yang, oscuridad y luz, gestación e inseminación.

Esta idea nos hace llegar a la conclusión de que, si quisiéramos representarlo en una figura humana, Dios debería tener rasgos masculinos y femeninos, así como genitales de ambos sexos. El miembro masculino ayudará a la inseminar la semilla, pero necesitará de un aparato reproductor femenino no sólo para el nacimiento, sino la gestación de su Creación más perfecta hasta el momento: el ser humano. Además, ambas zonas pectorales deberán representarse simbolizando la importancia de ambas, aunque la femenina será de vital ayuda para el cuidado y desarrollo de esa Creación recién llegad al Mundo. Esa parte femenina, con su leche, entregará energía a aquello resguardado en su interior durante meses, y esa calidad del líquido materno podrá dictaminar la calidad de vida del nativo en sus primeros meses e incluso años.

Si Dios está compuesto de ambas energías, masculina y femenina, no existe ser vivo sin ambas energías. No debe relacionarse estas energías con el género, mucho menos con el sexo, pero sería un despropósito no manifestar esa energía femenina en las representaciones de Dios. Acto que lleva repitiéndose desde hace siglos al despojar a la parte femenina, la Madre, de su papel en la Creación. El sacrificio de la Madre parece haberse extendido injustamente hasta nuestros tiempos.

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